domingo, 28 de septiembre de 2008

Artículo de Rodolfo Perez en El Periódico GUATEMALA

Opinión:
Don Antonio Rodríguez Pedrazuela
Guía perfecto del seno en el que nacimos.
Por: José Rodolfo Pérez Lara

El 23 de septiembre de 2008, por disposición de Dios Nuestro Señor, don Antonio Rodríguez Pedrazuela partió al Reino Celestial. Para quienes tuvimos la bendición de compartir sus enseñanzas, podemos afirmar que el legado espiritual del padre Antonio perdurará por el resto de nuestros días. Como sacerdote católico, fue un guía perfecto del seno en que nacimos. Fue un ser humano rodeado de virtudes como hombre y como clérigo. En el transcurso de su vida hizo gala de un iluminado por el Creador de todas las cosas. Su mensaje contenía una fortaleza inagotable, una templanza inquebrantable, estaba lleno de justicia, era un poseedor de absoluta prudencia. Contaba con una fe profunda, una esperanza encantadora y una caridad a toda prueba. Es muy fácil definir a un hombre así, porque irradió santidad durante su vida. Nos toca desprendernos del cuerpo de ese ser humano a quien hubiéramos querido conservar en una bóveda y que fuera nuestro refugio de inspiración permanente para cuando el alma lo exigiera. Pero la Santísima Virgen María nos enseñó que debemos aceptar con entereza los designios que nos deparó la Santísima Trinidad a través de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios verdadero hecho Hombre. También a ella, Nuestra Madre Celestial, le tocó sufrir y se convirtió, así, como ejemplo para la humanidad. El sentimiento profundo que sentimos por la ausencia corporal de don Antonio no es más que una prueba que nos conduce al camino de la eternidad. El costo es nuestro dolor, por el desprendimiento material de ese santo varón a quien ahora orgullosamente le toca participar y ocupar el lugar privilegiado que le corresponde en el cielo. Superado el momento, pidamos su intercesión y elevemos nuestras oraciones con más devoción, ya que en el más allá tenemos otra alma con quien contar. Vale el recuerdo de ese rostro y ese espíritu prodigioso, que con personalidad cautivadora condujo su ministerio amando la vida. Cura amable, abierto, portador natural de palabras de consuelo, conciliador del desconsuelo poseedor de charlas interminables que prodigaban amistad. Él es hoy quien se encuentra al lado del Señor, luz que por amor, sacrificó su vida para salvar al mundo.

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