miércoles, 8 de octubre de 2008

La Universidad del Istmo lamenta el fallecimiento de Monseñor Antonio Rodríguez



La Universidad del Istmo lamenta el fallecimiento de Monseñor Antonio Rodríguez Pedrazuela
Monseñor Antonio Rodríguez Pedrazuela, falleció el pasado 23 de septiembre, a la edad de 83 años. "Don Antonio", como todos le llamábamos, nació el 19 de octubre de 1925 en Madrid, España, en donde fue ordenado sacerdote en febrero de 1953. El 22 de julio del mismo año, llegó a Guatemala a solicitud de San Josemaría Escrivá de Balaguer, para iniciar la labor del Opus Dei en este país y en el resto de Centroamérica. Desde su inicio, la Universidad del Istmo contó con el apoyo de Don Antonio, quien con ilusión y entusiasmo estuvo presente en el desayuno-sesión de la Asociación de Amigos de la Universidad, que se realiza todos los jueves, después de la celebración de la Santa Misa, que ordinariamente era oficiada por él. El Consejo Directivo de la Universidad ha querido dejar constancia del profundo agradecimiento hacia Don Antonio por su invaluable y abnegada entrega y cariño hacia esta casa de estudios. Hemos sabido descubrir su amor a la Universidad y la clara conciencia de que –en palabras del Fundador del Opus Dei- tiene como su más alta misión el servicio de los hombres, el ser fermento de la sociedad en que vive. Su tránsito al Cielo y el cariño que nuestro querido Don Antonio sigue teniendo por la Universidad del Istmo, ha reafirmado nuestro empeño en esa misión de servicio a todos los hombres, mediante la investigación universal de la verdad, afrontando los problemas con valentía, sin miedo al sacrificio ni a las cargas más pesadas, asumiendo en conciencia propia la personal responsabilidad, lo que exige una renovación de la fe, un nuevo empeño de amor, y el apoyo constante en la fortaleza de la ley divina y del querer de Dios.

En Semetabaj Hispano. 23-09-08

Recuerdos de Don Antonio Rodriguez, que se nos ha ido al cielo

Acabo de recibir la dolorosa noticia del fallecimiento de Don Antonio Rodriguez, sacerdote.
Lo conocí en Guatemala, donde me trató como un verdadero padre, compartiendo conmigo momentos felicísimos imposibles de olvidar. Aún parece que los estoy viendo cuando me vino a buscar en Santa Lucía Utatlán, estando yo recién llegado a Guatemala. Me invitó a comer en el campo y se desvivió conmigo, y me animó y me hizo feliz.
Después fueron muchos los encuentros, pero siempre con la preocupación, por su parte, de que me sintiera a gusto. Siempre sonriente, siempre con algún pequeño obsequio que me recordara a mi tierra española, para que siguiese con ganas queriendo a mi nueva tierra guatemalteca.
Por eso, ahora que se nos ha ido, le encomiendo a los sacerdotes y seminaristas de Sololá a quien los dos queremos tanto, tanto. Que los cuide, que los anime, que los guarde y que los haga muy, pero que muy fieles y muy felices.
Que la Virgen y San Josemaría lo reciban en el cielo, y Don Alvaro, y tantas personas queridas que lo estarían esperendo para ponerlo muy alto, muy alto, tan alto como se merece, por todo lo que nos quiso, por todo lo que hizo por Guatemala, por Centroamérica y por la iglesia. Dios le pague, Don Antonio, su vida bien colmada y ejemplar y nos haga a nosotros no desmerecer de su ejemplo.

martes, 7 de octubre de 2008

Desde el Seminario de Sololá, Chimaltenango GUATEMALA


Don Antonio Rodríguez, jueves 25 de septiembre del 2008


El martes 23 de setiembre partió a la casa del cielo don Antonio Rodríguez de Pedrazuela, un sacerdote que entregó los 55 años de su vida sacerdotal a servir a la Iglesia en Guatemala. De un modo muy discreto pero tremendamente eficaz, don Antonio dejó una huella profunda de su ministerio sacerdotal en los primeros años de este Seminario de Nuestra Señora del Camino. Fuimos muchos los seminaristas y formadores los que nos beneficiamos de sus consejos, de su vida alegre, de su experiencia y amistad. En la foto que subimos de estos primeros años en San Andrés Semetabaj, vemos a don Antonio animado y muy sonriente, justo en el centro del grupo. A la derecha de don Antonio y en el orden usual, los seminaristas de aquel entonces, son ahora los presbíteros Enrique Ochoa, Julio César Fernández y Marco Antonio Figueroa, y a la izquierda de don Antonio está el presbítero Dr. César Sánchez. En esta foto aparecen también Mons. Eduardo Fuentes y el P. Juan Izquiero. Durante los últimos años de su vida siempre supimos que don Antonio estaba muy cerca de nosotros en el Espíritu, aunque debilitado por una larga enfermedad. Sin duda, don Antonio goza ya de la Visión del Amor Hermoso, que le hizo quemar su vida con tanta gallardía por los caminos de su Guatemala.

sábado, 4 de octubre de 2008

Santa Misa por los nueve días de la partida al Cielo de d. Antonio



El día viernes 3 de octubre, en el Oratorio de Nuestra Señora de la Paz en la Ciudad de Guatemala, el Vicario del Opus Dei en Centroamérica Norte, Monseñor Francis Wurmser, junto a los presbíteros Julio Ortiz y Ricardo Acosta, concelebraron la Santa Misa en memoria de don Antonio Rodríguez, con la presencia de muchos miembros de la Obra, cooperadores y amigos.

En la foto aparece don Antonio con d. Francis Wurmser.

Aclarando que sin tratarse de una transcripción textual de lo que se dijo, a continuación trataré de mencionar algunos conceptos expresados por Don Francis. L

Comentó que Nuestro Señor les había ido preparando para esta dolorosa separación pero que al final, el dolor -que es una manifestación del Amor a Dios- fue grande. Que el corazón de don Antonio había crecido, se había expandido cada días más y que todo ese cariño que desbordaba era el resultado de una vida interior muy rica, producto del cumplimiento esmerado de sus normas de piedad. Dijo que el último día en la tierra, al regresar del hospital, el director del centro le había ofrecido acompañarle en el cumplimiento de alguna norma, sin embargo don Antonio le contestó que ya las había hecho todas, pero que de todos modos le leyera algún texto espiritual.



Asimismo d. Francis comentó respecto a la alegría perenne de d. Antonio, lo cual no significa que no tuviera momentos duros. Mencionó que su excelencia el Cardenal de Guatemala, Monseñor Quezada Toruño había dicho que desde sus años en el seminario, hace mas de 50 años no había visto nunca triste a don Antonio.



Leyó una carta del Prelado de la Obra, Monseñor Javier Echevarría, mostrando su dolor por la macha al Cielo de don Antonio, pero al mismo tiempo la dicha de saber que se adelantaba a la celebración del 80 aniversario de la fundación del Opus Dei, al ser recibido por San Josemaría, don Álvaro del Portillo (sucesor del Santo) y por muchas y muchos que le han precedido.



Don Francis, también comentó el afán apostólico y proselitista de don Antonio , que había crecido mucho mas en sus últimos años, y que pedirle encomendar por esto temas, se le “encendían” los ojos y la sonrisa.



Al final Mons. Wurmser hizo mención a la virtud de la fidelidad y la manera heroica que la había vivido don Antonio y cómo haber respondido positivamente día a día era en buena medida la condición para el crecimiento de la labor en y desde Centroamérica.

Don Antonio

Don Antonio-
HACIA DELANTE -Jaime Francisco Arimany Ruiz
Prensa Libre / Guatemala 4 de octubre del 2008

A mediados de los años 1950 fui con unos amigos a visitar la casa de unos sacerdotes pertenecientes al Opus Dei, ubicada en la 10ª calle, lado sur, entre 2a. y 3a. avenidas de la zona 10. Allí se reunían y estudiaban jóvenes de diferentes colegios. Al graduarnos, gran cantidad de compañeros optó por dedicar su vida a Dios, en el Opus Dei.
El 22 de julio de 1953 llegaron a Guatemala dos jóvenes sacerdotes, José María Báscones (Castorazo) y el Vicario Regional José Antonio Rodríguez Pedrazuela. En sus bolsillos tenían un capital de Q15; en su alma, una riqueza de fe enorme.
Pero ¿cómo lograron tener una casa grande y ganarse el cariño de tantos jóvenes en tan solo cinco años y tres meses?
Pasaron los años, a mis amigos del Opus los veía de vez en cuando, pero hace 28 años me entrevisté con un querido compañero, el Ing. Antonio Marroquín (Tony) y le solicité que recibieran a mi hijo mayor en la casa de colonia Alemania, pues quería que estudiara allá, para que mejorara su dominio del idioma alemán. Lo recibieron, y mi amistad con Tony se estrechó, acercándome a la institución. Fue mi consejero en esa época el sacerdote Julio Ortiz, quien me dio confianza y fe para solucionar problemas como el que tuve al cambiar el mercado de la industria del papel que administraba, a mediados de los años 1990.
No recuerdo cómo, pero a finales del milenio empezó la amistad con don Antonio. Él atraía con su alegre recibimiento, acompañado de Ay, Jaimito, ¿cómo estás? Su mirada profunda, su ingenio, sus consejos y el amor que transmitía hacían amenas las horas de conversación.
Me invitó a participar en las juntas semanales de los amigos de la Universidad del Istmo. Asistí durante más de un año. Allí pude observar que la participación discreta, pero clara y oportuna, sin quitar el protagonismo a los participantes o a quien dirigía al grupo, lo convertía en su indiscutible líder.
Monseñor, don Antonio, me contó que cuando vinieron a Guatemala los apoyaron varias familias, gracias a lo cual lograron obtener los objetivos que traían. Don Antonio fue Vicario de la Región hasta 1995. Falleció hace dos semanas, a la edad de 83 años. Deja tras de sí 17 colegios en Centroamérica y una Universidad en Guatemala. Vendrán más colegios y universidades, pero la labor que no se ve, el encuentro de la fe y el amor a Cristo por miles de personas, que se proyectan de diferentes maneras en nuestras sociedades centroamericanas, es aún mayor, pues no es material destructible, sino espiritual, y por lo tanto, eterno.
Bodas de Oro

miércoles, 1 de octubre de 2008

Don Antonio Rodriguez Pedrazuela - En Siglo XXI

DON ANTONIO RODRÍGUEZ PEDRAZUELA


Carroll Ríos crios@sigloxxi.com


Los que tuvimos la dicha de conocerlo, le debemos mucho. ¡Nos enseñó a vivir en positivo! Monseñor Antonio Rodríguez Pedrazuela fue chapín de corazón, inclusive antes del 22 de julio de 1953, día en que llegó a este país, recién ordenado. Era materia dispuesta antes de que San Josemaría Escrivá de Balaguer le preguntara si estaba dispuesto a venir a este rincón del mundo para iniciar la labor del Opus Dei. Quiso a Guatemala antes de rezar una primera Salve frente a la imagen de la Virgen del Cerrito del Carmen, el día después de su llegada. Y la siguió queriendo hasta la madrugada del miércoles 23, cuando su corazón le dio descanso. Murió como vivió, instrumento recio y firme, bueno y fiel, humilde y generoso. El entusiasmo y el gozo que caracterizaron a don Antonio son su mayor legado, aún mayor que las múltiples obras físicas que inició y promovió en Guatemala. Los que tuvimos la dicha de conocer a Don Antonio, le debemos mucho. ¡Nos enseñó a vivir en positivo! Con su ejemplo y sus enseñanzas, nos enseñó a abrazar al mundo y las circunstancias que nos tocaron vivir. No con mera resignación sino con afán de dejar huella. Nos enseñó que lo más importante es amar. Amar a Dios, sabiéndonos hijos suyos. Amar a la pareja, si es que estábamos casados. Solía repetir “uno con una para siempre”, con suave exigencia, recordándonos que Dios da la gracia para salir adelante. Acostumbraba hablar maravillas del esposo a la esposa y viceversa, avivando la llama. Amar a los hijos, reconociéndolos como una feliz bendición, pero también como personitas que debían aprender a ejercer su libertad con responsabilidad. Nos enseñó a educar con naturalidad y sentido común. Amar a nuestros padres, familiares y amigos. Y, además, a amarnos y perdonarnos a nosotros mismos. Aconsejaba recomenzar la lucha con un “¡Tú, ríete de ti mismo!” Nos enseñó a valorar el trabajo, el cual debía hacerse bien, sin excepción, por amor a Dios y a los demás. Sé que como administrador exigió calidad y eficiencia, pero siempre con alegría y comprensión. Le fascinaron Kinal, UNIS, Ixoquí, Junkabal, y todos los otros proyectos que tuvo entre manos. Con plena confianza en Dios, supo ser el aventurero que no se amedrenta por los obstáculos o la modestia de los primeros pasos. Se lanzó mar adentro. El día que falleció abrí al azar la carta encíclica de S.S. Benedicto XVI, Spe Salvi, y con asombro leí: “Que el amor pueda llegar hasta el más allá, que sea posible un recíproco dar y recibir, en el que estamos unidos unos con otros con vínculos de afecto más allá del confín de la muerte…sigue siendo una experiencia consoladora. ¿Quién no siente la necesidad de hacer llegar a los propios seres queridos que ya se fueron un signo de bondad, de gratitud o también de petición de perdón?...” Por encima de todo nos embarga el sentimiento de la gratitud. Hoy vemos para atrás y reconocemos la inmensa huella que dejó en ésta, su patria adoptiva, mas no cabe la menor duda de que don Antonio está en el Cielo, viendo hacia adelante, visualizando lo que nosotros ni siquiera atisbamos, lo que resta por hacer, y se hará. ¡Gracias, Don Antonio!